Durante el periodo estival se incrementa la afluencia de bañistas en las piscinas, para ello se ponen a disposición una cantidad considerable de instalaciones preparadas, en algunos casos, con fines lúdicos y turísticos, y en otros, para uso deportivo. Según un estudio realizado por la revista Consumer existen alrededor de 580.000 piscinas en España. De todas ellas aproximadamente 10.300 son de uso colectivo-recreativo, esto puede suponer un enorme consumo de agua y en consecuencia, un problema medioambiental además de un derroche de los recursos hídricos en el año de mayor sequía de los últimos 60 según el Instituto Nacional de Meteorología.
Los problemas sanitarios que pueden ocasionarse en el disfrute de las piscinas son múltiples: aparición de agentes patógenos, transmisión de enfermedades, o en algunos casos, dichos problemas de salud pública pueden surgir del propio tratamiento de la piscina.
Una buena depuración de una piscina debe aportar al agua, un efecto biocida capaz de destruir de forma eficaz los microorganismos que puedan originarse o introducirse en el vaso de la piscina. Además , es necesario que exista un agente oxidante con el fin de destruir la materia orgánica presente en el agua originada por un ambiente externo de vegetación en piscinas exteriores y de forma interna por los propios bañistas: sudor, orina, bronceadores, cremas, etc. Todo este tratamiento debe complementarse, en todo caso, con un buen sistema de filtración para eliminar las partículas de mayor tamaño, proceso este que puede mejorarse mediante el uso de agentes floculantes que facilitan el agrupamiento de las partículas para ser eliminadas con una mayor facilidad.
Dentro de los posibles sistemas de depuración para piscinas, actualmente prevalece el tratamiento por cloro. Este agente desinfectante tiene como principal inconveniente la formación de compuestos organoclorados, como las cloraminas, responsables del típico olor a piscina y con efectos perniciosos para la salud y el bienestar de los bañistas.
Se originan, por tanto, acumulaciones de estos compuestos, además de todos aquellos agentes estabilizantes presentes en el cloro comercial, como el ácido isocianúrico que en determinadas concentraciones puede ser perjudicial para la salud. Debido a ello, los distintos reglamentos técnicos y sanitarios de cada provincia exigen una renovación diaria del agua del vaso que suele estar entorno a un 5% del volumen total de la piscina, cantidad que en determinadas comunidades autónomas puede ser aún mayor.
Si tenemos en cuenta el número de piscinas mencionado anteriormente y consideramos un volumen medio de 200 metros cúbicos para cada una de ellas, tenemos como resultado la escalofriante cifra de 116 millones de metros cúbicos, de los cuales, es necesario renovar un 5% diario, es decir, 5,8 millones de metros cúbicos de agua cada día, o lo que es lo mismo 5.800 millones de litros diarios.
Si tenemos en cuenta que, según datos del Foro Mundial del Agua, promovido por Organización Mundial de la Salud, un ser humano necesita para sobrevivir alrededor de 50 litros al día empleados en beber, cocinar, lavar y sanearse, podemos ver que el agua consumida en España cada día para el mantenimiento de las piscinas podría servir para que 116 millones de personas pudiesen realizar todas sus tareas. Un dato relevante si consideramos que unos 1.100 millones de personas en todo el mundo no tienen acceso a esta cantidad necesaria de agua de consumo en unas condiciones suficientes. Según estos datos, el agua empleada en la renovación de las piscinas de nuestro país sería suficiente para satisfacer el consumo del 10,5 % de la población mundial necesitada.
Por otro lado, el consumo medio por habitante español es sustancialmente superior a ese mínimo de 50 litros recomendado y ronda, según datos del CES, los 164 litros por día. Por tanto, los 5.800 millones de litros diarios que deben emplearse en renovar el agua de las piscinas podrían satisfacer la demanda de consumo de unos 35 millones de españoles cada día, es decir, prácticamente la totalidad de la población española.
Pero no solo la renovación del agua de las piscinas implica un claro desaprovechamiento de los recursos hídricos. En piscinas de uso colectivo los distintos reglamentos técnico-sanitarios establecen una temperatura del agua de baño de unos 27ºC , dato que puede variar dependiendo de la comunidad autónoma. Debido a ello, es necesario calentar un gran volumen de agua, muchas veces con un agua de aporte a una temperatura baja. Esto origina un enorme consumo eléctrico diario para conseguir este objetivo y por consiguiente, una emisión elevada de CO 2 a la atmósfera.
Como puede verse las consecuencias medioambientales del uso indiscriminado del agua de renovación de las piscinas tienen como consecuencia unos problemas medioambientales que en ocasiones, durante periodos de sequía, obligan a las autoridades a prescindir del uso de estas instalaciones, por otra parte, saludables y merecidas durante nuestro periodo de vacaciones. Esto ha sucedido recientemente en la provincia de Huesca donde una importante escasez de agua ha obligado a adoptar estas medidas tan drásticas prohibiendo el llenado y uso de las piscinas.
Considerando todo lo anterior y teniendo muy en cuenta el disfrute y la aceptación de este tipo de instalaciones, debería considerarse otro enfoque bien distinto a los actuales sistemas de depuración de piscinas. En primer lugar, puede llegar a resultar ciertamente chocante la obligación en la mayor parte de las comunidades autónomas de renovar ese 5% diario del volumen total de la piscina. Si bien es cierto, tal como antes se comentó, que con un tratamiento tradicional con cloro esta renovación es en mayor o menor medida necesaria, resulta ilógico que esta imposición sea independiente del tipo de tratamiento, filtro, características o afluencia de la piscina. Es evidente que una piscina bien tratada necesitará una menor dilución del agua del vaso, y no sólo eso, en la actualidad existen una serie de tratamientos complementarios o incluso alternativos a la cloración tradicional que permiten, en algunos casos, reducir el consumo de cloro y de agua de aporte, y en otros eliminar por completo el uso de cloro y el agua de renovación. Esto permitiría un ahorro diario de esos 5.800 millones de litros de los que hemos hablando con anterioridad, además de la eliminación de un vertido y un elevado ahorro energético y medioambiental. Sin embargo resulta sorprendente comprobar como la normativa no contempla de una forma clara estas alternativas de mejora apostando por tratamientos más tradicionales que implican unos gastos tanto medioambientales como económicos que dificultan en muchos casos que el usuario pueda plantearse una inversión de este tipo.
Llegado a este punto cabe considerar qué tratamiento es el más adecuado para, por una parte, solucionar todos los problemas sanitarios de piscinas originados por un deficiente tratamiento basado en el cloro, y por otro lado, para conseguir un sustancial ahorro y aprovechamiento de los recursos hídricos eliminando de una vez por todas el agua de renovación de la piscina y limitarlo únicamente a aquellas pequeñas e inevitables pérdidas producidas por efecto de la evaporación. Estamos sin duda refiriéndonos al tratamiento por ozono.
El ozono es un oxidante muy poderoso, tiene un poder de esterilización 3.000 veces superior al del cloro lo que permite la eliminación de microorganismos que este agente biocida no consigue eliminar. Además consigue hacerlo en periodos de exposición muy reducidos del orden de los tres minutos. Está formado por una molécula con tres átomos de oxígeno, un átomo más que la molécula de oxígeno común presente en el aire. La formación de ozono es sencilla a partir de una descarga eléctrica. Tanto en el aire como en el agua tiene un periodo de duración limitado por lo que vuelve a transformarse en oxígeno no generando ningún tipo de residuo ni subproducto.
Por otra parte, además de mejorar la calidad de desinfección del agua y suprimir el uso de cloro y todos los problemas asociados de éste agente biocida, el ozono actúa como un gran floculante natural, es decir, por sí sólo, consigue oxidar gran parte de la materia orgánica y además agrupar en pequeños flóculos una gran parte de sólidos que permanecen suspendidos en el agua y que son los responsables del fenómeno de turbidez. Estos flóculos son eliminados durante el proceso de filtración consiguiéndose una nitidez y transparencia de la piscina que no puede equipararse a ningún otro tratamiento. Además, durante el proceso de oxidación, consiguen eliminarse sustancias que en algunos casos pudieran resultar perjudiciales para la salud nitritos, amoniaco, hierro, manganeso, etc.
Finalmente, el tratamiento con ozono origina un aumento en la concentración de oxígeno en el aire que se encuentra por encima de la superficie del vaso de la piscina en contraposición con el tratamiento tradicional con cloro: gas irritante y venenoso, perjudicial para la salud humana y que además de problemas de salud y malestar puede ser causa de corrosiones y deficiencias estructurales en la instalación. Debido a ello, el tratamiento con ozono es muy aconsejable en la natación de alta competición, tanto durante los periodos de entrenamiento como en plena competición. En este sentido, los eventos más importantes a nivel mundial en los últimos años se llevan a cabo en instalaciones con este tipo de tratamiento y los resultados demuestran una mejora tanto en las marcas, como en el rendimiento y salud de los nadadores.
En resumen, el tratamiento con ozono, además de ser el más efectivo como desinfectante, es el único sistema posible que además de no generar ningún residuo ni subproducto permite no renovar ni un solo centímetro cúbico de agua. Debemos entonces preguntarnos si existe la necesidad de desperdiciar tan ingente cantidad diaria de un bien tan preciado aun siendo conscientes de que nuestros recursos hídricos son más limitados de lo que muchas veces nos imaginamos. Los acuíferos, año a año se agotan y no existe ninguna necesidad de derroche de un bien tan necesario como el agua. Para ello debería plantearse desde la propia administración una vía de solución al problema, partiendo de una nueva normativa técnico-sanitaria centralizada para un ámbito nacional, que contemple y favorezca aquellos tratamientos que permitan una reducción o eliminación de la necesidad de aportar agua de renovación además de la supresión de agentes biocidas de tipo químico sustituyéndolos por otros tratamientos alternativos (ozono, radiación ultravioleta, etc) que permitan a la par de un mayor disfrute del baño, un aprovechamiento más racional de nuestros recursos hídricos.